miércoles, 27 de octubre de 2010

Dorada ingenuidad y ojos de cielo



Aún guardo la horquilla
que en mi casa olvidaste
junto a todos los recuerdos
de la felicidad que me brindaste.

Sofocos innecesarios
por cielos borrascosos,
confusas situaciones
por la soledad inducidas,
apoyos incondicionales
aunque rayase el alba,
amistosas constricciones
que detenían el tiempo.
Angustias, malos tragos,
cuando nos ganaba el hielo,
hielo que, sin duda, perecía
ante el fragor de sentirme único.
Cada paso que dí contigo
fue una huella en mi río,
como huellas en la nieve
por las cuales pelearía
con el mismísimo invierno
para que no se desdibujasen.
Y ahora quiero,
que nuestras manos sean una,
y sigamos caminando,
y si tropezamos y caemos,
estar ahí para ayudarnos
y hacer que nuestras penas,
estando juntos, se ahoguen
en unas noches frías
y palabras grabadas
en nuestro interior.

Aún guardo la horquilla
que en mi casa olvidaste
junto a todos los recuerdos
de la felicidad que me brindaste.

A.O.M.

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