miércoles, 15 de julio de 2015

Penitenciaría 001210



Dije que mataría a quien te hiciese daño,
y lo estoy cumpliendo,
al igual que no me cuesta reconocer
que derroqué a Dios,
pero no por superhombre,
sino para darte un hogar digno
en el que esperarte en el sofá mientras te duchas.

Quizás entonces, magullado,
fue cuando me lavé las manos,
después de haber llevado la cruz hasta arriba,
hice lo que un feligrés cualquiera
mas siendo el único,
pequé, esperando el perdón rezando,
reaccioné a la pasividad latente
similar a la de una de esas ilusiones vagas
que se dicen creadoras de lo infinito,
cuando lo infinito nació contigo,
en el resplandor de las arrugas
de las comisuras de tus labios,
seguidas del estruendo
en forma de canto de sirena para mis oídos,
ese que ahora metamorfosea mis miedosas mariposas,
en cuchillas aladas que me apolillan los ventrículos,
que forman una lanza para comprobar si palpito,
y por desgracia, sí, palpito.

Así pues, respiro otra vez,
dejo que me amamante María
y la tiritona de humo me trae
el recuerdo de la soga al cuello,
esa que me cuelga rota de cuando salí corriendo,
el aroma del periódico en el hocico digital,
y sobre todo,
las caricias tras la oreja en tu regazo
frente el televisor,
juntitos,
como uno de los buenos...

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