Porque cada sueño que soñaba,
era un veneno que tragaba,
una debilidad que confesaba,
y una coz en el hocico que recibía.
Porque cada onza de chocolate que decía,
era una aguja que escupía,
un alboroto diario que aparecía
y una coz en el hocico que se llevaba.
Porque por la estupidez que profesaba,
el azúcar en la amargura veía,
una dolorosa partida necesitaba
y un frío en los dedos renacía.
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