sábado, 3 de marzo de 2018

Llegar, ver, perder.


Calzarse el hábito de mártir,
mientras las muchedumbres
abren paso al grito de no culpable,
y jaleando frases dignas de tazas
de las que solo tocarías en pedazos
y caminando sobre ellas
para redimir tu ineptitud latente.
Tener el veneno dentro
en tu propia esencia,
ese que marchita cada flor que riega,
ese que en cada ocurrencia
solo genera vientos huracanados
que silencian y arrastran.
Sentirse globo terráqueo
por castigo divino,
al notar el resoplido aliviado
de quien cierra la puerta
en cuanto cruzas el marco,
esa que antes cerraba
con olor a café y camino azul.
Ser meta y dejar de serlo
en el aleteo de un colibrí,
mientras la maquinaria funcionaba
sin parar para mantenerse a flote,
el plomo generado a cada vuelta,
causaba el efecto contrario,
y anudaba con más fuerza la soga
que ahora deja sin respiración
a quien más puso,
recibiendo de bruces 3 cruces,
sin confirmación,
pero aún así la del pecho,
la que más dolió y atormentó.

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