lunes, 24 de diciembre de 2012

Por meterse caballo


La hoja zorreaba con su garganta,
recostado sobre un lecho de folios usados,
callaba los pensamientos que decía de gritarlo todo,
las marcas de las jeringuillas en los brazos
abrían heridas a mundos de la antigüedad;
Babilonía nunca dejó de estar presente,
sin embargo, ya destrozada,
la que un día fue bella y esplendorosa
quedó arrasada por la caballería
y sumida en unas ruinas perpetuas,
los cañones hicieron estragos,
y aunque demolieron todo a su paso, haciéndolo añicos,
los fragmentos de los estallidos
se enquistaron en el entorno,
el humo de las murallas derruidas salía por su nariz,
confundiéndose con el aroma a marihuana
dibujaba espejos congelados con su imagen,
hechos de números y de improvisto,
llegaban con las palomas electrónicas,
que no cesaban, incansables,
y cada una tenía un sabor diferente:
sabor a pólvora, sabor a sesos,
sabor a erizadas de vello,
sabor a paté de patadas,
a sonrisas embotelladas
que al abrir...
¡Sorpresa! salta a la puta cara,
como un gato, se aferra a la cabeza,
penetra con sus garras las sienes
y se acurruca a dormir,
mientras que el romance cuchilla-cuello,
resulta un tanto suicida,
cada caricia es un lloro bermellón,
inducido por el galope frenético de su vida.

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